Un país solidario
El Tiempo
2 de mayo de 2016
Seguramente durante mucho tiempo vamos a seguir hablando del terremoto que asoló la noche del 16 de abril a buena parte de la costa ecuatoriana, siendo particularmente duro en las provincias de Manabí y Esmeraldas, pero también vale la pena hablar, no solo de la catástrofe humanitaria, económica y social, sino también de la solidaridad que esta situación ha desatado entre los ciudadanos del país.
Es cierto que muchos países y organismos internacionales se han solidarizado con el nuestro y han enviado su ayuda, no solamente en vituallas sino también con personal entrenado y capacitado en la búsqueda de sobrevivientes y esperemos que será igual para los temas de reconstrucción que se vuelven imperiosos, en pro de retomar la vida organizada y el trabajo, que tanta falta hacen en la región.
Pero lo que más ha resaltado en estos días y semanas subsiguientes a la tragedia, es el apoyo continuo y efectivo de la denominada sociedad civil, y no me refiero solo a la que está organizada a través de ONGs, esa también ha sido muy importante, sino al apoyo que espontánea y voluntariamente han entregado millones de ecuatorianos y residentes en el país, a sus hermanos damnificados de la costa, tanto de las ciudades más grandes, como delos pueblitos y caseríos más pequeño, que lo han perdido todo, que aparecen casi como borrados del mapa y que necesitan, después de la ayuda emergente con ropa, alimentos, medicinas, una urgente reconstrucción de viviendas y equipamiento comunitario, así como también la búsqueda y consolidación de fuentes de trabajo, que les permitan reinsertarse en el aparato productivo y dar solución a sus necesidades básicas y familiares.
Mucho le toca hacer al estado, tanto en restablecimiento de la infraestructura física de vías, de carreteras, ejecutar la posibilidad de recuperar los seguros para que se reconstruyan los hospitales y las escuelas, pero también lo urgente es proporcionar trabajo a la gente, a quienes dependían de un negocio para subsistir, a los dueños de hoteles y restaurantes, a los pescadores y agricultores, para hacer que la "normalidad" aún en medio de la tragedia, empiece a instalarse en los hogares.
Sabemos que esto no es fácil, que para quienes han perdido a sus familiares y amigos en el desastre natural, va a ser difícil recomenzar la vida, pero también sabemos del empuje de la gente de esos sectores y las ganas que le van a poner al empeño.
Queda como lección de esta tragedia, el saber que el ecuatoriano es un pueblo solidario, que extiende las manos generosas a quienes lo necesitan, que no requieren de imposiciones ni de obligaciones gubernamentales para saber que su deber de solidaridad es algo inmanente a su conducta, por ello nos parecen tan desacertadas las medidas económicas que lo único que harán es extender la afectación a todo un pueblo y cimentar la duda respecto a la utilización de los recursos que se obtengan.