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ROSALÍA ARTEAGA SERRANO

 

Tengo ganas de escuchar a mi corazón y escribir sobre la maravillosa experiencia vivida en estos días cuando asistí a la entrega del Global Teacher Prize, en Dubai, es decir el premio al mejor profesor del mundo, que en esta ocasión de la IV edición resultó una maestra del Reino Unido.

 

Cómo no sentirnos emocionados y entusiasmados con el relieve que se le da a los maestros, a quienes se les coloca en el más alto nivel, como corresponde a la jerarquía de quienes trabajan con la más maravillosa materia prima que es el cerebro de nuestros niños y jóvenes.

 

La ceremonia ocurrida en el hotel Atlantis The Palm, de Dubai, se inscribe como uno de los grandes hitos, que convoca a políticos de reconocida trayectoria como Nicolás Sarkozy, Tony Blair, Al Gore, a artistas de la pantalla grande, a deportistas de la Fórmula 1, a cantantes e intérpretes, a especialistas de las más diversas disciplinas y a científicos de primer nivel, para estimular a los maestros, para reconocer su valor y trascendencia en la sociedad.

 

Hay un despliegue de colores, de diseños, de referencias a la educación de calidad, lo que sin lugar a dudas se está transformando en ese reconocimiento indispensable a la noble tarea de educar.

 

Pero por otro lado, el atentado ocurrido en Borbón, al poco tiempo del que se dió en San Lorenzo, las dos localidades en la provincia de Esmeraldas, nos ponen ante una alternativa nada halagüeña para el país, por todas las implicaciones que puede acarrear.

 

No se puede dejar prosperar la existencia de células que, con o sin relación con las FARC, deben ser combatidas con fuerza y decisión, alejando ese terrorífico flagelo de la inseguridad, de la incertidumbre, del miedo, que tanto daño le causan a los países y a los pueblos que los habitan.

 

Ese dilema inicial, de alguna forma lo hemos resuelto enfocando lo positivo del reconocimiento a los maestros y lo nefasto de la existencia de células terroristas en el cordón fronterizo ecuatoriano.

SSS

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