SANGRE Y MUERTE EN OSLO
El Tiempo
26 de julio de 2011
Los países nórdicos en general y Noruega en particular, sobre todo en las últimas décadas, han tenido una tradición verdaderamente encomiable de tolerancia con el pensamiento de los otros, de convivencia pacífica, de no inmiscuirse en las creencias, en los pensamientos de los otros.
Por ello es que llama tanto la atención los recientes atentados ocurridos en el centro de la capital noruega y en un campamento para jóvenes; se habla de que son más de noventa los muertos ocurridos con los dos atentados, lo que ha hecho que sean calificados como la peor tragedia nacional desde la segunda guerra mundial, por el propio primer ministro de ese país europeo.
La presencia de este tipo de atentados catastróficos en un país pacifista y pacífico, demuestran la vulnerabilidad de los seres humanos y de las sociedades ante la locura, ante el fanatismo y ante la intolerancia; terribles flagelos ante los que la humanidad entera debe enfrentarse.
La presencia de desadaptados en las diferentes sociedades es algo bastante difícil de predecir, si a esto se suma la capacidad y la potencialidad de las armas y artefactos con las que la ciencia ha colocado en manos de la humanidad, nos pone ante la alternativa y el peligro de que armas de gran letalidad estén en manos inadecuadas, y esto nos lleva incluso a repensar en la facilidad con la que ahora armas de gran poder nuclear están en manos de muchos, y entre esos muchos pueden estar psicópatas, desequilibrados, asesinos en potencia, de ahí la necesidad de seguir limitando el acceso a las armas de gran poder destructivo.
Las masacres de Oslo, que han dejado totalmente angustiados y aterrorizados a sus integrantes, nos incitan a pensar en que ni siquiera sociedades desarrolladas, equitativas, opulentas, se encuentran al margen de catástrofes como las descritas.
En lo que habría que meditar es en la vigencia de valores fundamentales que solamente se transmiten a través de la educación, del ejemplo, de la transferencia de estos valores de padres a hijos, de maestros a discípulos, de gobernantes a gobernados. Solo así evitaremos desajustes y explosiones a gran escala, aunque la vulnerabilidad siempre será parte de la condición humana.
ROSALÍA ARTEAGA SERRANO