RESPETAR EL TRABAJO DE LAS ONGs
La Hora
4 de septiembre de 2014
La necesidad de los ciudadanos de agruparse, la de buscar soluciones a temas a los que los gobiernos no le prestan la suficiente atención, la posibilidad de canalizar buenas ideas, de agruparse y aunar esfuerzos, poniendo a disposición de los demás sus capacidades, su entusiasmo, su tiempo, han estado en juego a la hora de crear las ahora llamadas Organizaciones de la Sociedad Civil, que a lo largo de la historia recibieron diferentes nombres, llamándose asociaciones, clubes, alianzas, corporaciones, fundaciones...
En buena parte de ellas impera lo que podríamos denominar altruismo, buena voluntad, y muchas fueron ganando institucionalidad. Otras aparecieron, tomando como ejemplo a las pioneras, como forma de canalizar el apoyo económico y logístico de empresas y corporaciones económicas, algunas, inclusive de países que definieron su política social de manera que ciertos recursos pudieran llegar a sectores deprimidos económicamente en las diferentes regiones.
Claro que siempre puede haber excepciones a la regla, y habrá ONGs que no cumplan la misión que plantean en sus estatutos, pero la mayoría definitivamente están dentro de esos principios y reglas generales.
Por ello, es lamentable pensar que países como el nuestro, empiezan a mostrarse poco amigable con los esfuerzos que este tipo de instituciones realizan, no solamente a través de las leyes y normas, sino sobre todo a través del accionar de autoridades y funcionarios.
La idea de que el Estado es el que debe realizar todo, inclusive las labores de beneficencia, es entrar en una pendiente peligrosa de estatismo, de centralismo, de intolerancia, que a la larga creará perjuicios precisamente entre los sectores a los que se pretende proteger y servir.
Las ONGs han prestado, a lo largo de los tiempos, una serie de servicios en los diferentes ámbitos, siendo los más relevantes los que tienen que ver con la educación, el saneamiento ambiental, la salud y ahora los temas ambientales. Su trabajo es valioso y debe ser reconocido no solo por la sociedad de los diferentes países, sino también por los gobiernos.
ROSALÍA ARTEAGA SERRANO.