ROSALÍA ARTEAGA SERRANO
El último proceso electoral ocurrido en la gran nación Suramericana, Brasil, pone a los analistas ante varias disyuntivas y formas de encarar lo ocurrido, pero es indudable que uno de los factores más importantes cuando se revisan los pormenores de la elección, es el que tiene que ver con la corrupción y el fastidio y desencanto que la clase política tradicional ha generado en el país.
La corrupción, que aparece como un terrible cáncer que corroe las sociedades, se ha expandido y lo contamina todo, tanto al sector público como privado, dejando una estela de desilusión en los miembros de una comunidad que ven como los dineros se diluyen y van a engrosar las arcas de quienes aparecen como los más "vivos", como los menos escrupulosos y listos para adueñarse de los dineros y los bienes que no les corresponden.
Brasil acaba de elegir a un líder de derecha, cuestionado por muchos, que marca una serie de incertidumbres en el camino que elegirá para gobernar a uno de los países más grandes del mundo, con enormes asimetrías, que no ha logrado superar sus contradicciones internas, pero lo que sí ha dejado en claro es que luchará contra la corrupción y tendrá mano dura con los delincuentes.
Estos son los factores que seguramente incidieron en los resultados electorales de las jornadas del fin de semana pasado, los que arrojan una victoria indiscutible.
Hay esperanzas, sobre todo en una clase media que se ha visto muy afectada en sus aspiraciones de ascenso, pero también en un pueblo que ha visto diluidas sus esperanzas de un futuro mejor y se ha dado cuenta como líderes de extracción popular, a quienes pensaban impecables, defraudaron la confianza y las arcas fiscales de una manera y con una codicia inimaginables.
Ojalá el Brasil encuentre su camino, que no se cumplan las predicciones apocalípticas y que la sociedad se vea beneficiada por un accionar limpio y transparente, que garantice acceso a calidad de vida para todos.
RABIA CONTRA LA CORRUPCIÓN