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LOS PUEBLOS Y LOS GOBIERNOS

El Tiempo

9 de junio de 2015

 

Es un lugar común decir que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen, pero yo encuentro difícil aceptar que colectivos, grandes o pequeños, se merezcan gobiernos que los conducen hacia destinos fatales, que los ponen al borde o inmersos en guerras irracionales, que les llevan hasta los abismos del enfrentamiento entre hermanos, que saquean sus riquezas y vuelven a pueblos ricos y trabajadores en indolentes, domesticados, sumisos.

Por ello, si bien he sido amiga de reproducir ciertas consejas populares que nos remiten a una especie de sabiduría popular y que nos llevan a pensar en una suerte de experiencias irrebatibles; pienso que en algunos de estos decires hay errores escondidos.

En el caso que nos ocupa, nos llevaría a pensar que existe una especie de predestinación de los pueblos, una locura colectiva que impulsa a elegir a las personas incorrectas para liderar los destinos de un país y que reiteradamente comete equivocaciones que los acercan cada vez más a un punto de no retorno como pueblos.

Quiero pensar que los ciudadanos eligen a sus representantes con la esperanza de cambios, con el aliento de que las cosas van a ir mejor, de que por fin se encontrarán soluciones a los problemas que los aquejan; pero que con frecuencia estas ilusiones son defraudadas, no se cumple lo que se ofrece en el momento de las campañas electorales, o que, quienes son electos descubren que las cosas son diferentes en las diversas posiciones que se ocupan.

En este sentido, vale la pena invertir, desde  la misma sociedad civil, en capacitar cada vez más a los electores, para que puedan discernir por sí mismos lo que es conveniente para los países, para las ciudades, para las regiones, desechando a los vendedores de milagros, a los falsos profetas, a quienes una vez conseguido lo que se proponen, demuestran que son los usufructuarios de sus apetitos desbocados y que finalmente los mesías de pacotilla son descubiertos con sus pies de barro descansando por sobre las cabezas y los hombros de quienes tuvieron fe en sus promesas.

Esa inversión es absolutamente imprescindible y cada sociedad debe encontrar los mecanismos más adecuados para llevarla a cabo.


 

 

 

 

ROSALÍA ARTEAGA SERRANO.

 

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