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Introducción

 

Amo los árboles, los bosques, las flores, los susurros que de sus vaivenes se desprenden, los aromas que despiden. Amo cada partícula de hoja pequeñita, cada segmento de polen, las texturas de los pétalos, la inconsistencia de una brizna en mi garganta.

No pretendo en estas páginas hacer un estudio exhaustivo, ni menos aún científico, de los árboles de Cuenca, quiero simplemente decir que los que me han impactado mis retinas, de los que han llenado mi mente y constituyen mis reminiscencias y mis sueños.

Los árboles del entorno familiar, los que se contemplan en las tardes y en las mañanas, los que se adivinan y se palpan por las noches, están aquí presentes, en las fotografías magistrales de Gustavo Landívar y en mis descripciones más que sensoriales, vitales, de nuestro propio mundo.

He querido también que este amor que siento por los árboles de mi ciudad se contagie, se riegue, nos obsesione a todos por la preservación e incremento de nuestro patrimonio vegetal. Tengo la esperanza de que estas líneas y estas imágenes toquen la sensibilidad de muchos, que haya quien se sienta identificado con estos pensamientos y considere a los árboles no como seres vivos en abstracto sino mas bien los sienta como partes brillantes, vitales, de nuestro propio mundo.

Al hablar de los árboles he tenido también que hacerlo en una forma constante y hasta repetitiva de los elementos que los tocan, que los cercan, que les dan vida: el sol, la tierra, el viento, el agua. Y es que a todos los árboles los besa el sol, los acaricia o sacude el viento, los alimenta la tierra, los nutre y humedece el agua.

“Arboles de Cuenca”  Es una confesión de amor, y es así como espero que sea recibida.


Rosalía Arteaga Serrano

Árboles de Cuenca - 1985

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