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Los días y las horas transcurren y nos acercamos rápidamente al día en el que se realizará el sexto proceso electoral en el que nos encontramos inmersos, desde el ascenso al poder del gobierno de la revolución ciudadana.

 

No queremos detenernos en el costo económico que ello le ha significado al país, que sin duda es alto; sino más bien en la eficacia de esta medida, que, como parte de una especie de democracia directa, se ha generalizado en el país.

 

Por supuesto que nadie puede estar en contra de la consulta al pueblo sobre su destino o sobre temas trascendentes.

 

Pero lo que si puede cuestionarse es la forma en la que las consultas se hacen  y cómo, un mecanismo que ha sido declarado idóneo, puede convertirse en una trampa que dista mucho de la práctica de una verdadera democracia.

 

La trampa se manifiesta en el hecho de envolver o empaquetar las preguntas en un lenguaje que genera confusión, o que en sí mismo inducen las respuestas que son requeridas por el ejecutivo para fortalecer su presencia en el poder.

 

La concesión de bonos, de prebendas, el uso de la publicidad basándose en los recursos del Estado, generan también una conducción hacia un voto afirmativo, que impide la reflexión y que conduce a la gente por una senda que no es la mejor para los ciudadanos.

 

El uso y abuso de los recursos del estado, para promocionar las tesis del gobierno, es algo que repugna, que nos lleva a pensar en regímenes totalitarios en los que impera aquello que hemos dado en llamar una dictadura plebiscitaria, que tiene la envoltura de la democracia, pero que en el fondo no lo es.

 

Ojalá en estos días posteriores a la Semana Santa, en la que seguramente hemos tenido tiempo para reflexionar y pensar en el destino del país, podamos hacer una verdadera evaluación de lo que significa participar en una consulta plebiscitaria y votar en la forma en que mejor le convenga al pueblo y al país.

 

 

ROSALÍA ARTEAGA SERRANO.

LA TRAMPA DE LAS CONSULTAS

La Hora

27 de abril de 2011

 

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