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Las razones de la ira

La Hora

27 de junio de 2013

Contemplar como los manifestantes, los indignados brasileños escalaban los edificios de congreso brasileño, tanto de la cámara de diputados como la de los senadores, realmente constituye un choque para quienes como la que escribe estas letras, hemos contemplado innumerables veces este símbolo de la democracia brasileña, estos edificios-esculturas que representan el sueño de un país, y también el sueño de sus arquitectos e inspiradores.

 

Parecería que quienes más protestan en este gran país sudamericano, son los integrantes de las clases medias, los profesionales, médicos, abogados, comerciantes, amas de casa, jóvenes, ancianos, quienes sienten que el país se les está yendo de las manos, que han perdido oportunidades, que una clase política los defraudó y exigen cuentas y rectificaciones.

 

Desde mi estadía en el Brasil, durante los años 2.004 a 2.007, venía advirtiendo un enorme peligro en una sociedad sobre endeudada, acostumbrada a vivir del crédito, tanto en la compra de vehículos, casas, etc., que es hasta cierto punto explicable, como en las cosas diarias, en la compra del supermercado, en la de objetos personales como un par de zapatos, de una camisa, de un vestido.

 

Ese híper endeudamiento, llevado a los extremos, hace que muchos brasileños tengan que pedir suplidos y adelantos permanentemente a sus empleadores, porque cuando reciben su salario mensual, este ya está gastado, ya está digerido, y el panorama sigue empeorando cada día más.

 

Esta situación que la pude vivir y que la describo, está siendo agravada por la percepción de una corrupción rampante, y por los enormes dispendios que el sector público realiza en construir una obra pública monumental que no se compadece con la verdadera realidad del país. Por el bien del Brasil y de la América Latina, debemos pensar en un apaciguamiento de los indignados, pero sobre todo en rectificaciones del gobierno y en la capacidad de diálogo de un pueblo que ha gustado a través de su historia, de las soluciones pacíficas.

 

 

 

ROSALÍA ARTEAGA SERRANO.

 

 

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