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De que los ecuatorianos somos noveleros, no nos queda la menor duda, es la única forma de entender la elección de determinados gobiernos, tanto en lo nacional como en lo sectorial. Bueno, en todo caso, no es de ese tipo de novelerías de lo que queremos escribir el día de hoy, sino sobre la más reciente, sobre aquella de la que todo el mundo habla, y que, fundamentalmente los personeros de la municipalidad capitalina no dejan de ponderar y de presentar como la panacea para el pesado congestionamiento vehicular, que es uno de los principales problemas de la capital de los ecuatorianos.

 

No es nuevo el hablar del transporte subterráneo cuando se trata de esgrimir soluciones para el tráfico quiteño, pero en los actuales momentos, cuando se habla ya de la firma de compromisos con empresas españolas, cuando se analizan estudios de factibilidad y hasta se dan fechas para su construcción y puesta en servicio, parecería que la cosa va en serio.

 

Pero en serio para qué? Para aliviar una alicaída imagen de la corporación edilicia? Para presentar como solución algo que dista mucho de serlo? Nadie puede negar que en muchas ciudades ha constituido un avance la construcción de los transportes subterráneos, pero indudablemente la topografía de Quito pueden entrañar problemas en ese sentido, más aún cuando la ciudad está construida, sobre todo el centro histórico de la misma, sobre ricas zonas arqueológicas. Qué pasará si es que en el momento de las excavaciones profundas que deben practicarse, con maquinaria pesada, se encuentran vestigios arqueológicos? No establece la ley que deba pararse todo? Qué ocurrirá entonces con el tráfico de Quito? ya probablemente más caotizado por esas mismas aperturas que seguramente convertirán en una verdadera aventura y un drama el desplazarse por algunas de las vías de la ciudad.

 

Qué ocurriría en el momento en que por determinadas circunstancias no se cumplan con los pagos debidos a las empresas constructoras, con excavaciones a medias, con construcciones empezadas? No es difícil imaginar paralizaciones, inclusive como aquellas ya largas que ocurren en lugares como la capital de nuestro vecino país de Colombia, y eso que la sabana bogotana ofrece condiciones muy diferentes a la de nuestra capital.

 

Lo más saludable sería pensar en otras alternativas, menos complicadas y caotizantes, menos costosas y riesgosas, como la de los trenes elevados hacia los centros poblados de los que provienen enormes cantidades de vehículos todos los días, como es el caso de los valles quiteños o de algunos de los cantones que rodean a la ciudad.

 

Habría que analizar bien las alternativas y en dejarnos de novelerías  que no constituyen soluciones.

 

ROSALÍA ARTEAGA SERRANO.

LA NOVELERÍA DEL METRO

La Hora

24 de junio de 2011

 

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