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LA VITRINA DE MI TÍA JULIA

La Hora

20 de noviembre de 2014

 

Cuando era pequeña, una de mis visitas familiares favoritas era a la casa de una tía abuela, la tía Julia, hermana de mi abuelo paterno Moisés. La razón de esa preferencia no estaba dada por las múltiples golosinas que nos ofrecían, ni por el aire imponente de la tía, sino por una mesa, que se encontraba en la parte más importante de la casa, es decir el salón para recibir, y allí se divisaba, sobre la mesa, una vitrina, que ahora comprendo no era tan grande, pero que en esa época, cuando yo apenas la alcanzaba, encaramada en las puntas de mis pies, aparecía como enorme, y, sobre todo, cargada de tesoros.

 

En esa vitrina que tenía una llave pequeñita que siempre reposaba en el llavero de la tía Julia Esther, estaban los codiciados objetos de mi niñez, una serie de maravillosos libros, colocados por tamaños, en orden impecable, todos ellos forrados en papel de brillantes colores, lo que los volvía aún más atractivos, en una época en la que no se acostumbraba a tener libros con las magníficas ilustraciones que tienen hoy en día, sobre todo para los más pequeños, en los que más que letras están los dibujos coloridos.

 

Pues bien, en la famosa vitrina, sobre la que también había un cuaderno de tapas duras y que servía para anotar los préstamos de libros a los numerosos sobrinos y sobrinos-nietos que pululábamos por ahí, podíamos imaginar las más asombrosas historias, las novelitas que nos mantenían concentrados por horas, las aventuras contadas por Dickens, por Salgari, por M. Delly, F. M. Hull,  las de Hugo Wast y otras tantas que poblaban nuestro mundo de historias, pero que sobre todo desarrollaban en la mayor parte de nosotros un apetito insaciable por la lectura.

 

La tía Julia cumplió un papel fundamental en nuestra formación y no solamente en las de los cientos y cientos de niños que concurrían a su Jardín de Infantes, de la que era su eterna directora.

 

Cuando hablamos de la animación al libro y a la lectura, cuando establecemos políticas para fomentar el amor por los libros, no podemos dejar de pensar en personajes tan espléndidos y maravillosos como esta tía a la que hago mención. Probablemente a la mente de muchos se vienen otras tantas influencias bienhechoras que generalmente se olvidan con el correr de los días.

 

Devoré todos los libros de la vitrina, los horizontes se ampliaron con los libros que encontré en la casa de mis padres y de los abuelos. Sigo sintiendo que en los libros es en donde encuentro la mayor diversión y la fuente del conocimiento.

 

Quise hacer estas reflexiones tanto a manera de homenaje a la tía Julia que ya no está, como también porque creo que en este momento, cuando las modernas tecnologías van cubriendo todos los espacios, hay que darle el sitial que le corresponde a esos viejos libros que tanto hicieron y hacen como vehículos de conocimiento y de placer.

 

 

ROSALÍA ARTEAGA SERRANO.

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