HOMENAJE A SOR ANA VICTORIA DELGADO
El Tiempo
15 de noviembre de 2011

Probablemente cuando estas líneas salgan publicadas, habrá ya dejado de existir una mujer de vibrante personalidad, a quien acabo de visitar en el lecho del dolor en una clínica de la ciudad de Quito.
Esta mujer apasionada por las artes, por todas las manifestaciones culturales, a quien me refiero en este artículo, es una monja dominica; formó parte de la orden de las hermanas dominicas, más conocidas en Cuenca como las catalinas; se decidió por la vida religiosa a muy temprana edad y a ella dedicó su vida.
Sor Ana Victoria Delgado, de familia cuencana, si bien ingresó a una orden religiosa, no dejó de estar atenta a lo que ocurría en el mundo, y supo volcar sus conocimientos y su vocación por la enseñanza, fundamentalmente en el colegio de las Catalinas en Cuenca, el Rosa de Jesús Cordero, que se transformó en su segundo hogar.
La madre Anita, como la conocimos quienes tuvimos la suerte de ser sus alumnas, solía impartir las clases de educación musical, que iban desde el aprendizaje del himno nacional con todas sus estrofas, pasando por las escalas musicales, hasta el diseño y realización, con otra impulsora del arte en el colegio, Sor Graciela Malo González, de impactantes presentaciones artísticas, que se llevaban a cabo en los patios y canchas del colegio, con la actuación de cientos de alumnas, desde las más pequeñas hasta las que estábamos por graduarnos. El impulso de esta dominica iba hasta no importarle gastar horas y horas en ensayos extenuantes, que le dejaban con una sonrisa en los labios por la tarea cumplida y el ver plasmarse sus sueños en las representaciones artísticas de gran envergadura.
Su voz se escuchaba potente en los patios del colegio, entrenando a generaciones de alumnas como marchar con pasos impecables en los desfiles cívicos, como había que dar los pasos adecuados para quienes llevábamos las banderas como premio por los esfuerzos en el mundo académico.
Muchas veces era ella también, madre Anita Victoria, quien ensayaba los coros del colegio, tanto de las religiosas como de las alumnas, quien supervigilaba el arreglo de las flores destinadas a la Virgen, quien se inquietaba porque las coreografías debían llevar las vestimentas adecuadas, en fin, su laboriosidad no conocía ahorro de tiempo ni energías.
Somos centenas y centenas de mujeres las que hemos pasado por las aulas de las catalinas, miles y miles, generación tras generación las que ella formó, junto a sus colegas las monjitas dominicas. Cultivó el sentido de lo estético, ayudó a generar una imagen y una personalidad del colegio con su creatividad y su dedicación incansables.
Su trabajo es y será seguramente recordado por muchos. Amó a Cuenca con pasión sin límites y se entregó a ella con esmero. Ojalá las autoridades cuencanas reconozcan su labor, lo más indicado sería conceder un nuevo premio a la creatividad, al arte, a la música a la danza, a los valores del espíritu, y que la nueva presea lleve el nombre de Ana Victoria Delgado, este reconocimiento haría honor a su memoria, al amor por el terruño natal, a la entrega de una vida, que supo conjugar su amor por Dios, su entrega a la religión y a la comunidad a la que ingresó, y su pasión por el arte.
ROSALÍA ARTEAGA SERRANO