Los recientes escándalos de abuso sexual al interior de establecimientos educativos, así como los de maltrato escolar, ponen al descubierto graves situaciones, de las que no han quedado a salvo ni los sectores públicos, ni los privados, ni tampoco los confesionales.
La pena y la indignación son generales, porque la tragedia que se enseñorea en la vida de los más pequeños es de grandes proporciones y afecta su desempeño futuro.
Sabemos que hay una enorme responsabilidad en el sistema educativo, con las autoridades ministeriales a la cabeza, pero en esta oportunidad quiero colocar el énfasis en la relación entre padres e hijos y la necesidad de reinstaurar el diálogo que se ha perdido al interior de las familias.
La prisa por cumplir con los deberes diarios, los trabajos al interior y también fuera de los hogares, hace que los tiempos que antes se destinaban para conversar, generalmente a la hora de las comidas, llámense éstas desayuno, almuerzo o cena, sean ahora muy escasos, en ocasiones a la carrera o simplemente se han vuelto inexistentes.
Si a esto se suma el uso de las tecnologías, que trasforma en autómatas a papás y mamás, que contestan con monosílabos a las preguntas de sus hijos, y también ocurre en viceversa, el drama es evidente. Los padres no se enteran de lo que ocurre con los hijos en la escuela y solo se percatan de los problemas cuando estos han tomado ya dimensiones mayores.
Hay que restaurar el diálogo al interior de las familias, volver a conversar a la hora de las comidas, dejar de lado los aparatos tecnológicos, apagar la televisión, los computadores y celulares y enterarnos de lo que sucede en nuestras propios hogares.
FALTA DIÁLOGO EN LA FAMILIA
