VISITA DEL PAPA
La Hora
30 de abril de 2015
Tuve la suerte de participar en una de las ceremonias llevadas a cabo por la visita del Papa Juan Pablo II a la ciudad de Cuenca, y luego la oportunidad de conversar con él en Roma en el año 1996. Aún recuerdo su mirada y la doble bendición que me dió cuando le entregué un libro y le conté lo de mi hijo Jerónimo, pero sobre todo la paz que emanaba de su figura y de sus palabras.
No sé si tendré la posibilidad de saludar al nuevo pontífice, al Papa argentino Francisco, cuya venida se anuncia para dentro de poco; en todo caso, sé que es un privilegio especial el que visite un país, el que converse con su gente, el que dialogue con sus autoridades, el que la condición religiosa y moral de la que está investido le sirva para hurgar en las mentes, para apelar a las conciencias, para predicar con su palabra y con su ejemplo a países como el nuestro que siempre necesitan una dosis de armonía, de humildad, de justicia social, de apertura, de hermanamiento, de solidaridad.
La visita de un Papa implica una gran responsabilidad para quienes lo invitan y reciben, no se trata solo de decir que se tiene un invitado de lujo en la casa, se trata de hacer un exámen de conciencia pero también unos votos de reparación, de enmienda, de dejar de lado las agresiones, las verbales y las físicas, de abandonar la soberbia, de pensar en este vicario de Cristo como en un enviado que predica la paz, la que debe primar entre los seres humanos y que va mucho más allá de las palabras, la que se refleja en acciones, la que se hace presente en cada gesto de quienes se ponen bajo su liderazgo, bajo su prédica.
De tal suerte que, y ya lo han dicho algunos, la visita debe propiciar la reconciliación, pero sobre todo el dejar de lado la prepotencia, la intolerancia, el mirar a los otros, especialmente a los adversarios, de hombros para abajo, para ello, se hace necesario un total ejercicio de humildad.
En este sentido, aplaudimos desde este momento, la anunciada visita del Pontífice romano, en quien se han observado, desde el inicio de su pontificado, esos deseos de servir, de ser el más humilde entre los humildes, su vocación de armonizador, pero también la de una persona que dice lo que piensa y que no se inhibe de amonestar, de pedir rectificaciones, de ejercer el dominio moral que ostenta.
ROSALÍA ARTEAGA SERRANO.