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ROJO UMBRAL

El Tiempo

7 de octubre de 2014

 

Leí con indudable satisfacción el nuevo libro que Ernesto Arias tuvo la generosidad de colocar en mis manos, Rojo Umbral, publicado por editorial El Conejo, y lo he hecho no solo con el entusiasmo que nos provoca leer los libros de los amigos, sino también porque la temática del mismo es atrayente, captura al lector desde las primeras páginas en las que va trazando y definiendo a sus principales personajes: Las ciudades de Estambul, Guayaquil y Ambato, la figura de Jared el poeta que se deslíe en medio de sus contradicciones, el proxeneta Cojo Chupete de Gallo, con sus complejos y contradicciones, el marinero que vive en los recuerdos de quien lo ama y la extraordinaria figura de la protagonista Dulce Flor, Fátima Jadyra Barzola.
 
Con estos personajes y en medio de los escenarios que se entrecruzan, Ernesto Arias va construyendo una novela que cautiva por el análisis de situaciones y de la contradictoria naturaleza humana, que a su vez va desmadejando sus destinos, con encuentros cruzados, con reminiscencias, con la maestría propia de quien está acostumbrado a usar los argumentos literarios, a desentrañar historias y a dejar que estas fluyan con naturalidad a través de una narrativa fácil, sin pretensiones, más allá de las corrientes y las modas literarias, consiguiendo lo que debe ser propósito de toda buena literatura y es la de seducir a los lectores y conseguir que sigan leyendo hasta la última página del libro, y tal vez dejar sembrada la inquietud para buscar más libros, más autores, en un hábito que debe cultivarse y volverse parte del ser de las personas.
 
Rojo Umbral tiene como telón de fondo, los acontecimientos que se desarrollan en el Ecuador de los años cincuenta, y desemboca en la tragedia de las muertes ocurridas en Guayaquil y que tan prolíficamente han sido recogidas por la literatura ecuatoriana posterior.
 
La construcción de los personajes dentro del libro, hace que se los sienta vívidos, sufrientes, pero al mismo tiempo como subsumidos en la naturaleza errante de pueblos que con frecuencia han tenido que ser desarraigados y buscar otros horizontes o a quienes la naturaleza de su trabajo como comerciantes, les hace siempre buscar nuevos destinos, otros mercados, diversas situaciones.
 
Hay un olor de sal, de vientos marinos en la obra de Ernesto Arias, el fragor de los buques que se deslizan por la superficie líquida, la sensación del permanente movimiento, la percepción de la continuidad que se avizora pero que al mismo tiempo nos deja el sabor de lo inacabado, de lo que vendrá, de regusto de sal y de lágrimas, unas que se desbordan a torrentes y otras que apenas se asoman a las comisuras de los ojos y dejan unas líneas esbozadas en las mejillas y en el mentón.

   

 

 

ROSALÍA ARTEAGA SERRANO.

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