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Noviembre 2016

El Sixto que conocí

ROSALÍA ARTEAGA SERRANO

 

Incansable en su trabajo, luchador, decidido por las causas y los empeños en los que creía y se comprometía, lo conocí a fines de su primera campaña electoral, allá por el año 79 y ya no pude dejar de acompañarle en las subsiguientes, hasta cuando ganó las elecciones presidenciales en el 92 y tuve el honor de ser parte de su equipo de trabajo.

 

Sixto Durán Ballén fue siempre fiel a sus principios, constructor y arquitecto, preocupado por los detalles, considerado con todos, jamás le oí denostar de nadie; trataba de comprender las situaciones y de colocarse en los zapatos de los otros.

 

Me tocó estar en la proclamación de su segunda candidatura a la Presidencia de la República, en los salones del Tribunal Electoral, cuando estaba fresca la desaparición de la hija querida, y otra vez, por su petición, dije el discurso que cerraría la campaña de la segunda vuelta electoral que le llevaría al más alto cargo de elección popular, en la Plaza de San Francisco.

 

Apaciguaba los ánimos de sus colaboradores, llamando a la reflexión cuando existían posiciones encontradas, era respetuoso de la diferencias, supo conducir al país en medio de las dificultades que la guerra trae consigo.

 

Caballeroso, padre y esposo ejemplar, abuelo y bisabuelo idolatrado, deja el legado que corresponde a un estadista, cobra vuelos esa figura egregia que mantuvo una presencia ecuánime y sensata en la política ecuatoriana, y cuya memoria habrá que cultivar como paradigmática para las nuevas generaciones que sentirán la falta de su guía y de su accionar.

 

Su familia es la guardiana de su legado, pero también sus amigos que honramos y nos solidarizamos con la decencia de su trabajo político y en bien del país.

 

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