ROSALÍA ARTEAGA SERRANO
Con incredulidad e indignación nos hemos enterado los ecuatorianos de la iniciativa tomada por la Canciller, para conceder la nacionalidad ecuatoriana a Julian Assange, quien permanece por largos años en la embajada de nuestro país en Londres, con los consiguientes problemas que ésto ha ocasionado para las relaciones entre el Reino Unido, el Ecuador, y otros países entre los que podemos contar España, por el tema del apoyo del mencionado Assange a los separatistas catalanes.
La concesión de la nacionalidad ecuatoriana se justifica por relevantes servicios prestados al país, por larga permanencia en el mismo, o por matrimonio con quien tenga la ciudadanía, pero ninguno de estos justificativos se ha presentado, por lo que solamente se está viendo el beneficio personal del asilado, sin tomar en cuenta la situación del país.
Aún sorprende más el que se le haya querido dar estatus diplomático al asilado, cosa que evidentemente ha sido rechazada por el gobierno británico en uso de sus derechos soberados, lo que ha dejado muy mal parada a la Cancillería Ecuatoriana, que aparece como representando a un país poco serio y que actúa para beneficiar a un personaje polémico y que nada tiene que ver con el Ecuador, a no ser por el asilo que impulsiva y desacertadamente le concediera el gobierno de Correa.
El fiasco ha sido mayor, con las sucesivas negativas a las demandas interpuestas frente al gobierno del Reino Unido, cayendo en el ridículo y en el que la diplomacia ecuatoriana queda muy mal parada, sin justificación de ninguna naturaleza, ni beneficio para el país.
Assange ha roto en varias oportunidades las reglas del asilo, se ha inmiscuído en la política interna de varios países, incluídos Los Estados Unidos de Norte América en las pasadas elecciones. El Ecuador tiene más que suficientes razones para terminar con esta engorrosa situación y no continuar con una terquedad digna de mejores causas, defendiendo lo indefendible.
EL FIASCO