ENTRE PROTESTAS Y CENIZAS
El Tiempo
18 de agosto de 2015
Era muy difícil avizorar lo agitada que podía ser una semana en el Ecuador, en la que se vivirían sobresaltos de los tipos más variados: por un lado las marchas de protestas que desde diversos lugares del país confluirían en Quito, para demostrar su descontento con un gobierno que quiere eternizarse en el poder, y por otro, las emisiones de ceniza del Cotopaxi, coloso que se agita y que despierta, aterrorizando a sus vecinos y haciendo que las nubes grises se dispersen hacia las poblaciones aledañas.
La Constitución ecuatoriana, la última, la que nos rige, garantiza el derecho a la resistencia, el derecho a la protesta, que por supuesto debe ser pacífica, pero que sorprende en cuanto a su tenacidad y al hecho, inusual en otras épocas de que cuando los dirigentes indígenas marchan, por ejemplo desde el norte del Ecuador, son seguidos por un número tal vez más numeroso de policías, como lo pudimos constatar el pasado 12 de agosto, lo que resulta insólito de verdad.
Sabemos que vivimos en un país volcánico, que ya ha tenido un largo historial de erupciones, de movimientos telúricos, de destrucción y de muerte, por lo que la prevención frente a desastres debe ser parte del currículo nacional, no solamente cuando nos encontramos al borde de un evento de tan grandes magnitudes como el que se prevé con la erupción del Cotopaxi, considerado uno de los volcanes más peligrosos de la tierra, sobre todo por la cantidad de lahares que puede generar, sino que deberíamos instaurar entre nosotros esa visión de precautelación, de cuidados, de acatamiento ante los avisos y también de solidaridad.
De igual manera, la historia nos ha demostrado que las repetidas ambiciones de mantenerse por largos períodos en el poder, han desembocado siempre en tragedias, en mayores descalabros económicos, en el surgimiento de sectores con ambiciones desmedidas y con pocos escrúpulos, lo que debería generar una natural aversión hacia los afanes hegemónicos vengan del sector del que provengan.
A la larga, lo que necesitamos es siempre echar un vistazo hacia atrás, para ver qué lecciones aprendemos de la historia, cuales son las consecuencias de los actos y de los hechos y actuar en consecuencia.
Dice una antigua tradición que la Santa ecuatoriana por excelencia, Santa Marianita de Jesús, manifestó que la patria no iba a perderse por los terremotos o las erupciones volcánicas, que el real peligro lo constituyen los malos gobernantes. Veamos si el vaticinio de la Santa se cumple frente a las críticas a un gobierno que ya agotó la paciencia de muchos y a un volcán gigantesco que despierta de su sueño de un siglo.
ROSALÍA ARTEAGA SERRANO.