Durante los últimos ocho días, he tenido la posibilidad de viajar muy rápidamente, por las capitales de estos cuatro países, de mirar cómo está funcionando su sistema productivo, de conversar con gente, de ver cuáles son sus expectativas, sus miras a largo y a mediano plazo.
Por supuesto uno no puede evitar hacer comparaciones, en el mejor sentido, claro está, porque nuestras historias se entrelazan, nuestro pasado se fusiona en uno, desde tiempos inmemoriales, y estamos eternamente destinados a continuar así, por la ubicación geográfica, por la historia, por las relaciones comerciales, sociales y hasta familiares.
Sin embarco de reconocernos como muy similares, como portadores de vocaciones comunes, es evidente y salta a los ojos el hecho de los diferentes estados de ánimo de las poblaciones; así, podría decir, que mientras Colombia y Perú aparecen de lleno en una especie de vértigo de optimismo, sobre todo en el mundo empresarial, con economías vibrantes, con construcciones por doquier, hablando de negocios que generan puestos de trabajo y que les hacen mirar con optimismo el futuro, no hay la misma reacción en Ecuador y Venezuela, en donde la situación política aporta un gran nivel de incertidumbres al mundo empresarial y al desarrollo económico, y por lo tanto al bienestar de sus ciudadanos.
Las relaciones comerciales de los dos países que menciono primero, es decir Colombia y Perú, aparecen signadas por la apertura, en medio de este mundo global, con decisiones que los ponen de lleno en la vía de los Tratados de Libre Comercio, con diferentes países del mundo, sin fijarse mucho en las ideologías políticas, sino más bien en los beneficios económicos que esto les puede traer a sus poblaciones; así, se privilegian las relaciones comerciales con países como China, los Estados Unidos, que les pueden aportar beneficios en este planeta, signado por las relaciones que marcan la presencia de lo global, sin dejar de lado las particularidades de lo local, por lo que usualmente hago referencia más bien a un mundo Glocal.
Al margen de ello, siempre es bueno disfrutar de los paisajes, la gastronomía, las costumbres, la cultura en suma de nuestros países, diversos y maravillosos, con frutas y productos únicos, con ritmos que se perciben en las calles, con lo multicolor de los vestuarios, con las irregularidades de sus topografías, lo que los hace tan tremendamente atractivos para los ojos extranjeros y tan profundamente sentidos por nosotros.
ROSALÍA ARTEAGA SERRANO.