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ROSALÍA ARTEAGA SERRANO

 

La situación de los niños violados, maltratados, abusados en diferentes establecimientos educativos, en la mayor parte de los casos por sus propios maestros, aprovechando de la confianza en ellos depositada, tiene ya los ribetes de una pandemia en nuestro país.

 

 

Cada vez más nos llegan noticias escalofriantes, no ya de casos aislados sino de decenas de niños abusados por una misma persona, bajo la mirada cómplice o despreocupada de autoridades educativas que no han sabido poner un freno a estas espantosas violaciones.

 

 

Las conductas sospechosas deben ser inmediatamente analizadas, los directores, rectores, inspectores, deben hacer un seguimiento de lo que está ocurriendo en las aulas, del comportamiento de niños y adolescentes entregados a su cuidado, y ante la mínima denuncia o duda,  hacer las investigaciones que arrojen la verdad.

 

 

Nos duele el alma en pensar en el sufrimiento arrastrado por días, meses y hasta años, por criaturas indefensas, la mayor parte de ellas niñas que quedan marcadas por el accionar perverso de gente dañada, que no mira sino a su placer y a su concupiscencia.

 

 

Nadie puede permanecer impasible ante las situaciones de horror que han sido descritas por las niñas, por sus padres. Nadie puede descansar en paz hasta que los culpables sean sancionados, pero sobre todo hasta que no se repitan estos casos que nos conmueven y nos sublevan.

 

CÓMO NOS DUELE EL ALMA

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